Hoy ha sido un día increíble. No sé si seré capaz de procesarlo del todo, pero después de meses de trabajo, de pruebas fallidas y momentos de desesperación, finalmente lo logramos. El transistor, esa pequeña cosa en la que John, Bill y yo hemos estado trabajando, ¡funciona!

Es difícil explicar la emoción que siento. Ha sido un camino largo, lleno de frustraciones y dudas. Recuerdo cuando todo empezó, cuando en el laboratorio de Bell, nos dimos cuenta de que los tubos de vacío, esas enormes y delicadas válvulas, no iban a llevarnos más lejos. Eran grandes, ineficientes, se rompían constantemente y, sinceramente, no encajaban con el futuro que imaginábamos para la electrónica. Necesitábamos algo mejor, algo más pequeño, algo revolucionario.

Así que, con John Bardeen, que siempre ha sido una mente brillante en la física teórica, y Bill Shockley, que nos empujaba constantemente con sus ideas visionarias, nos pusimos manos a la obra. No fue fácil. De hecho, muchas veces dudé de que llegáramos a algún lado. La teoría estaba ahí, pero hacer que esos diminutos semiconductores funcionaran como queríamos era otra historia.

Recuerdo especialmente una mañana, hará unos meses. John y yo estábamos probando una de las primeras versiones. Era una estructura rudimentaria de germanio. Lo conectamos al circuito y… nada. Solo silencio. La decepción en el laboratorio era palpable, pero John, siempre metódico, sugirió pequeños ajustes. Lo intentamos de nuevo. Nada. Día tras día, prueba tras prueba.

Pero hoy, algo fue diferente. Era casi como si el experimento estuviera guiado por una fuerza invisible. Ajustamos las conexiones, modificamos el contacto de puntos y… sucedió. Esa diminuta corriente que esperábamos amplificar finalmente fluyó como queríamos. ¡Funcionó! El transistor no solo amplificaba, sino que lo hacía con una eficiencia que ninguno de nosotros había visto antes.

Nos quedamos en silencio durante un momento, creo que todos estábamos en shock. Luego nos miramos, y esa sonrisa de incredulidad y triunfo se apoderó de todos nosotros. La emoción fue indescriptible. Bill no estaba con nosotros en ese momento, pero sabía que este era el avance que cambiaría todo. Cuando se lo contemos, sé que querrá perfeccionarlo aún más.

El mundo aún no lo sabe, pero estoy seguro de que esto cambiará la manera en que hacemos todo: desde las radios que usamos hasta, quién sabe, máquinas más complejas, como computadores. No puedo evitar imaginar un futuro donde estos diminutos transistores sean el corazón de todo tipo de dispositivos. Es aterrador y emocionante al mismo tiempo.

Hoy es solo el principio.