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El hundimiento del SS Edmund Fitzgerald

fotos de la llegada a la luna

La Noticia llega al mundo

Hoy, 10 de noviembre de 1975, se ha confirmado el hundimiento del SS Edmund Fitzgerald, un enorme carguero que transportaba mineral de hierro a través del Lago Superior, en una tragedia que ha conmocionado a la región de los Grandes Lagos.

La nave, de más de 222 metros de largo, zarpó ayer desde Superior, Wisconsin, con destino a una acería en Detroit, Michigan. Durante las últimas 24 horas, el barco enfrentó una violenta tormenta invernal, con olas de hasta 7 metros de altura y vientos huracanados de más de 100 km/h, lo que convirtió su travesía en una pesadilla.

El contacto con el Fitzgerald se perdió en la tarde, justo antes de que la embarcación alcanzara la seguridad de la Isla Whitefish. El último mensaje del capitán Ernest McSorley fue sombrío pero sin señales de alarma: “Estamos aguantando”. Pocas horas después, ya no se pudo establecer comunicación, y un equipo de búsqueda fue desplegado.

Al amanecer, solo se encontraron restos flotando y manchas de combustible en la superficie del lago. Las 29 personas a bordo, entre tripulantes y oficiales, se temen fallecidas. Las autoridades han lanzado una operación de búsqueda, pero las condiciones climáticas han complicado el acceso a la zona.

Este naufragio marca una de las mayores tragedias en la historia marítima de los Grandes Lagos. El Edmund Fitzgerald, conocido por ser uno de los cargueros más grandes y modernos en su tipo, había navegado con éxito por estas aguas durante 17 años, lo que hace que su hundimiento sea aún más sorprendente.

Familiares y amigos de la tripulación esperan ansiosos noticias en los puertos cercanos, mientras que la comunidad marítima se pregunta cómo una embarcación tan imponente pudo sucumbir a la tormenta.

Diario de un Tripulante del SS Edmund Fitzgerald

El viento hoy es como nunca lo he sentido. Me levanto temprano, como siempre, porque en el Fitzgerald no hay espacio para la pereza. Este buque es una bestia, 222 metros de acero que cruje y gime con cada embate de las olas. Pero hoy, algo es diferente. Hay un mal presentimiento en el aire, como si el lago nos hablara, advirtiéndonos de que algo grande se avecina.

La tormenta empezó a mostrarse a media mañana, justo cuando habíamos dejado atrás el puerto de Superior. Las nubes negras se arremolinaban, cargadas, y las primeras gotas cayeron como balas contra la cubierta. Nadie dijo mucho, pero todos sabíamos que lo peor aún estaba por venir. Al principio, no fue más que una molestia: el agua salpicaba y nos empapaba, los vientos empujaban al barco de un lado a otro, pero el Fitzgerald siempre ha sido robusto. No pensábamos en peligro real.

Pero con cada hora que pasaba, las olas crecían más. Llegaron a ser tan altas como montañas, y el viento rugía como un animal salvaje. En la sala de máquinas, el ruido era ensordecedor. El suelo bajo mis pies vibraba, no por la maquinaria del buque, sino por la fuerza del lago, que parecía decidido a tragarnos. Vi a más de uno de mis compañeros intercambiar miradas de preocupación. Había nervios, sí, pero también confianza. Después de todo, estamos en el Edmund Fitzgerald. ¡El Fitzgerald no se hunde!

La noche cayó rápidamente. Afuera, el mundo era pura oscuridad, el viento azotaba la cubierta como látigos invisibles. El capitán McSorley no mostraba signos de pánico. Lo escuché por radio, hablando con el faro de Whitefish: “Estamos aguantando”. Aguantando… esa era la palabra que todos teníamos en la cabeza. Pero la verdad es que, para entonces, estábamos siendo sacudidos como si fuéramos de papel.

Luego llegó el golpe. No sé cómo describirlo… no fue una ola más. Fue como si algo gigantesco nos hubiera arrollado de lleno. El barco se inclinó de manera aterradora. Corrimos a sujetarnos, a asegurarnos de que las compuertas estuvieran selladas, pero el agua… el agua estaba por todas partes.

Algunos dijeron que habíamos chocado contra un arrecife, pero yo no vi nada. Solo el caos. Se oía el rechinar del metal, el agua entraba a borbotones y, por primera vez en todo el día, sentí verdadero miedo. El Fitzgerald estaba cediendo. En cuestión de minutos, el barco empezó a hundirse de proa, y el pánico se apoderó de la tripulación. Tratar de mantener la calma era inútil, cada uno hacía lo que podía por sobrevivir.

Mi última imagen es la de una ola monstruosa acercándose, tragándose la proa. A mi alrededor, los gritos de mis compañeros se ahogaban en el viento y el agua. No había botes, no había tiempo para nada. Solo el frío, el viento y el rugido interminable del lago.

Si alguien encuentra esto, sepan que hicimos todo lo posible. El Fitzgerald era fuerte, pero el Lago Superior… el lago siempre ha tenido la última palabra.

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